miércoles, 27 de abril de 2011

El fin del mundo.

Paseando, solo y en silencio, miré al cielo…

Era una tarde tranquila con el cielo despejado. Podía contemplar todas las nubes bajo los rayos del Sol, pero al girar la vista todo se nubló. Vi como un gran meteorito venía hacia la tierra, a partir de aquí ya no sentí nada, solo observé desde el espacio las consecuencias producidas.

Una gran piedra viajaba a velocidades cósmicas, era imparable, entró en la atmosfera terrestre a tal velocidad que el aire que se interponía no podía quitarse del medio quedando de este modo comprimido. El aire comprimido se calentó muy deprisa y la temperatura se elevó a 60.000 grados Kelvin o diez veces la temperatura del Sol. En ese instante de la llegada del meteorito a la atmósfera, todo lo que había en su trayectoria (personas, casas, coches, fábricas), se contrajo y se desintegró al instante.

Un segundo después chocó contra la superficie terrestre. El meteorito se evaporó instantáneamente, pero la explosión hizo estallar mil kilómetros cúbicos de roca, tierra y gases calentados. Vi como todos los seres vivos en 250 kilómetros a la redonda perecían ante la explosión. A partir de ahí se produjo una onda de choque inicial que irradiaría hacia fuera y se lo llevaría todo por delante a una velocidad casi como la de la luz.

Para aquellos que estaban fuera de la zona inmediata a la devastación, el primer anuncio de la catástrofe fue un fogonazo de luz cegadora (el más brillante que nunca había visto). A los dos minutos de la visión apocalíptica de lucimiento incomprensible, una pared rodante de oscuridad llegó hasta el cielo y llenó todo el campo de visión desplazándose a miles de kilómetros por hora. Se aproximaba en un silencio hechizante.

Al cabo de unos minutos contemplé como en una gran área casi todo lo que se alzaba del suelo estaba aplanado o ardiendo, y casi todos los seres vivos habían muerto. A los que estaban a una distancia aproximada de 1.500 Km. observé como eran derribados y cortados en rodajas por una ventisca de proyectiles voladores. Después de esta distancia la devastación iba disminuyendo, pero seguía arrasando. Esto no era más que una onda de choque inicial. El impacto desencadenó miles de terremotos devastadores, volcanes que empezaron a activarse arrasando todo a su encuentro. También vi como tsunamis superiores a los que había visto se tragaban las costas con gran facilidad. En una hora, una nube de oscuridad cubría la Tierra, cayendo por todas partes miles de rocas ardiendo y otros desechos, carbonizando parte del planeta. En el primer día murieron mil millones y medio de personas. Las enormes perturbaciones producidas en la ionosfera destruyeron, en todas partes, los sistemas de comunicación. Los supervivientes que quedaban no sabían lo que estaba ocurriendo ni tampoco se podían comunicar. No importaba mucho, huir sería una muerte lenta.

Había mucho hollín y ceniza flotante producida por el impacto, que taparon el Sol durante varios meses, incluso varios años., produciendo lo que se llama un invierno nuclear, un invierno muy frío, donde todo se congelaría, nadie comería, todos moriríamos.

Sí señores, éstas serían las consecuencias reales si impactase un meteorito. Ahora me pregunto ¿ocurrirá esto en un futuro?. Según estudios científicos, la consecuencia de la desaparición de los dinosaurios fue un meteorito con su posterior glaciación. ¿Se acabaría la especie humana y surgiría otra?

La noticia es que la NASA ha estimado que el asteroide Apophis, impactará contra la Tierra en 2036, lanzando más de 100.000 veces la energía lanzada en la explosión nuclear sobre Hiroshima.

El astronauta español, Pedro Duque, advierte que “sí existe una certeza matemática absoluta de que el asteroide Apophis pasará enormemente cerca de la Tierra en 2029”, y que se puede darse “la posibilidad de derribar satélites comerciales”. Además, afirma que “en 2036, atraído por el campo magnético del planeta, pueda caer en la superficie marítima originando un inmenso tsunami, infinitamente más grande que el que asoló Indonesia en 2004”.
Ahí queda eso. La Tierra no está preparada para un impacto de esta magnitud, ¿y vosotros?


A.E.C

martes, 19 de abril de 2011

El barco de los sueños.

Que calor hacía aquella tarde del 10 de abril. Miré hacia arriba y vi cuatro enormes chimeneas amarillas con sus cabezas negras. Rodeado de cientos de personas, mi mente pensaba en los futuros negocios en Nueva York, y deseaba disfrutar de los lujos del palacio flotante.


Mi nombre es John Benjamin Wolff, tengo 47 años, y soy un aristócrata propietario de varios hoteles en Nueva York. Mi pasaje ha costado 826.500 pesetas y viajo en primera clase, por supuesto. No me considero clasista, pero mi educación, origen y riqueza superan al 95% de los pasajeros del trasatlántico.

Si todavía no os habéis dado cuenta, viajo en el Titanic. Lujo, excelencia y majestuosidad reflejadas en primera clase, que se consideraba superior a la que existe en tierra. Mirando a mi izquierda vi como cientos de personas se agolpaban para soñar despiertos y poder disfrutar de la tercera clase, gentes de muchas nacionalidades que viajaban con la esperanza de una nueva vida en Nueva York. También había profesores, mercaderes y profesionales de recursos económicos moderados, que pertenecían a la segunda clase.

Yo personalmente no esperé filas, me trataron como me merecía, y me acompañaron al interior del Titanic. Me sentía muy bien, muy orgulloso, y muy importante.

Lo primero que hice al entrar fue preguntar por Edward J. Smith, un hombre vanidoso de barba blanca, un líder natural y muy estimado por los miembros de la tripulación y pasajeros, con una hoja de servicios excelente. Un gran amigo mío me contó que, después de este ultimo viaje, Edward iba a jubilarse tras 38 años de servicio, tenía 59 años y sería un homenaje perfecto para finalizar su carrera.
Me estuvo contando durante bastante tiempo las numerosas características del barco, me dejó impresionado. Medía 268 metros de largo, 28 metros de ancho y 30 metros de alto. Se desplazaba a una velocidad de 21 nudos (40 kilómetros/hora) por medio de 3 hélices accionadas a vapor por 28 calderas, que consumían aproximadamente 728 toneladas de carbón cada 24 horas. Se encontraban en el piso mas bajo de transatlántico y eran destinadas a los trabajadores.

El coste del Titanic era de 1.425.000.000 de pesetas y viajaban entre tripulación y pasajeros 2.224 personas. Me dijo, cosa que me sorprendió, que había 18 botes salvavidas y tenían capacidad para 1.178 personas. La razón de no tener más era para que la cubierta no estuviera demasiado sobrecargada. Edward estaba completamente seguro que “ni siquiera Dios puede hundirlo”. Me despedí de él, dejando abierta la conversación para futuros encuentros.

Después de un pequeño retraso partimos de Southampton. Estaba ilusionado, viajaba en el Titanic con los máximos privilegios, era afortunado.

Lo primero que hice fue visitar mi camarote. Andando por el pasillo de primera clase ya vi el lujo que siempre había soñado. Bajo una alfombra mis pisadas resonaban rítmicas, todo detalle estaba bien cuidado. Llegó el momento de abrir la puerta y pude comprobar lo espaciosa que era la habitación. Tenía todo lo que necesitaba, una moqueta preciosa, lambriz de roble, paredes de caoba con incrustaciones de nácar, mi despacho, cuarto de baño…, no me esperaba menos. Ordené al servicio que planificaran mi estancia mientras yo iba a visitar el trasatlántico. Me apetecía algo de intimidad y de reflexión rodeado de todos tipo de lujos, realmente no me preocupaba el dinero.

Cuando entré en el salón principal, quedé sobrecogido. Estaba decorado al estilo francés del siglo XV con una gran escalinata de roble pulido, adornada con una baranda también de roble, que en su extremo inferior terminaba con una estatua de un ángel que portaba una lámpara. En el centro de la escalera destacaba un panel tallado en madera que encarnaba el Honor y la Gloria, y enmarcaba un lujoso reloj. Parado en la escalera mire hacia arriba y ví una gran cúpula que de su centro nacía una lámpara que deslumbraba mi mirada, no existen palabras para describir lo que estaba viendo.


Nos dirigíamos a Francia, concretamente a Cherburgo, y me disponía a visitar el comedor para calmar mi hambre. El salón comedor, de primera clase, tenía lugar para 500 comensales, y estaba decorado al estilo jacobino con columnas doradas y cubiertos de plata finamente elaborados.

De repente escuché como alguien me aclamaba desde una mesa, me giré y vi a Benjamin Guggenheim, un viejo amigo, “el rey del cobre” le llamaba yo. Empecé a reír ilusionado y rápido me dispuse a saludarle. Hablamos durante un rato, y me invitó a ocupar un lugar en la mesa. Mientras charlábamos de negocios, apareció Thomas Andrews, constructor del Titanic, que altivo y prepotente, evidenciaba su creación. Mas tarde se unió a la mesa el matrimonio Isidor e Ida Strauss, él propietario de Macy`s, los almacenes mas grandes del mundo. Realizadas las presentaciones nos dispusimos a disfrutar de las delicias del Titanic. La verdad que la cena fue muy interesante y fructífera para mí, me sentía bien, era la mesa perfecta para mi clase. Hablamos de muchos temas mientras comíamos y bebíamos, anécdotas, negocios, dinero, poder, etc.... Debo destacar que en la mesa cenaban 5 personas más, pero he nombrado a los más importantes, entre ellos me incluyo yo.

Terminada la cena, los hombres nos dirigimos hacia la zona de fumadores para seguir discutiendo de diversos temas. Elegí un whisky de malta, y un puro cubano. Entre calada y calada miraba a mi alrededor y me consideraba superior, por encima de todo, ¡qué felicidad y qué bien me siento! Pasaron algunas horas y comenzaba a sentir cansancio. Pedí permiso a mis acompañantes y me retiré a mis aposentos.

Esa noche tuve sueños de todo tipo, emociones, sensaciones, bienestar… no me preocupaba nada, solo esperaba el amanecer para disfrutar de un delicioso café con vistas al Atlántico,…. Me desperté sobresaltado y me dirigí a desayunar. Estábamos en QueenStown, Irlanda, navegando por el sur de Inglaterra. A la 1:30 el ancla del Titanic se elevaba por última vez… si, eso fue lo que realmente pensé, porque el próximo destino era Nueva York. Era 11 de Abril, y durante el día estuve visitando los baños turcos, el gimnasio, y la cancha de squash.

Conocí a un matrimonio español, los Peñasco, eran aristócratas, muy ricos y, según me contaron, se embarcaron en el último momento en el Titanic como colofón a un viaje de luna de miel que duraba ya 17 meses y siempre acompañados de su sirvienta. Él se llamaba Víctor, de profesión “gentleman”, era un rico heredero de una de las grandes fortunas españolas. Nieto de José Canalejas, primer ministro de Alfonso XIII, me dijo que se había casado con Josefa, otra rica heredera. Fue un placer disfrutar de su presencia, me despedí para retirarme a mi camarote y poder descansar y reflexionar de mi lujoso viaje.

Y llegó el fatídico 14 de Abril de 1912, fecha que siempre guardaré en mi alma, fecha que quedó grabada a fuego en mi mente. El mejor y más seguro barco de la historia, orgullo de Inglaterra, debía romper el record de travesía del Atlántico para obtener la ansiada ‘blue Gibbon’ (cinta azul), y así de esta manera acreditarse como el barco mas rápido. Normalmente se necesitaban siete días en cruzar el Atlántico, pero el capitán quería hacerlo en cinco. Con las máquinas a toda potencia y con el objetivo de hacer el camino más corto, se fue muy al norte, desoyendo los mensajes de otros barcos que avisaban de la presencia de iceberg en la ruta.

El capitán siempre pensó que era una estratagema de otras compañías para obligarle a ir más despacio. Esa noche el capitán, orgulloso de su futuro record, organizó una excelente cena de gala. Yo me vestí con mi mejor traje, entré al comedor y aquello era una muestra del mayor lujo que podía verse. Los hombres, de rigurosa etiqueta y las mujeres con sus mejores galas y todas las joyas que sus cuerpos fueran capaces de cargar. Una gran cena amenizada con una gran orquesta. Me quedé hasta muy tarde charlando con la pareja española, fuimos los últimos en irnos. A las 11 de la noche me dirigía a mi camarote. Cuando estaba acostado pensando en todo lo que estaba viviendo, escuché un ruido enorme que no me gustó nada. Me volví a vestir y subí a cubierta. Comenzaba la noche mas dura de mi vida. La mar estaba tranquila, como un espejo, pero me di cuenta que las maquinas habían parado. Luego me enteré que a las 11:30 los vigías Fleet y Lee observaron un pequeño objeto enfrente de ellos. Hasta diez minutos mas tarde no se dieron cuenta que esa pequeña cosa era un gran iceberg. El Titanic tenía en frente y a una distancia aproximada de 600 metros una mole de hielo que se alzaba como un gigante hierático.

Fleet notificó el problema que había, y el sexto oficial Moddy avisó al primer oficial Murdoch, quién, sin pensarlo dos veces, ordenó virar a estribor y comenzar la contramarcha. Toda esta operación se realizó en 37 segundos.

Cuando me quise dar cuenta, empecé a ver a gente gritando y corriendo. El ruido que escuché fue el impacto contra el iceberg, que abrió una brecha de casi 90 metros de largo en su flanco derecho, por donde el océano empezó a invadir la nave. Estaba asustado y fui corriendo a ver si Edward J. Smith. Estaba al tanto. Al verle vi realmente que todo se acababa, su expresión era desalentadora. Eran las 23:55 de la noche y me dijo que el Titanic se hundía ofreciéndome su salvavidas. No había tiempo para más palabras, estaba todo dicho, y empecé a correr hacia la cubierta para intentar conseguir un bote y alejarme de esta mole ruinosa. Cuando visualicé la cubierta, aquello era un caos, prisas y peleas, no había botes para todos, empezaba la agonía.

Eran las 00:25 y de lejos escuché la orden de que primero subieran mujeres y niños, y después los de primera, luego segunda y por último los de tercera clase. Con la mirada perdida corrí hacia un bote que estaban preparando. Recuerdo como un oficial sacó su pistola y disparó al aire para intentar poner orden. Fue cuando vi a Josefa como se montaba en el bote número 8, y se despedía de su marido que cedió su sitio a una mujer con un niño. Estaba muy nervioso y necesitaba salir de allí como fuera, pero comprobé que el dinero y poder que tenía no servía para nada, éramos todos iguales ante el horror. De forma egoísta y con ansiedad me monté en un bote entre empujones y gritos. Me senté mirando hacia el suelo, y el tiempo se paralizó. Todos me miraban, era un miserable vestido de gala rodeado de mujeres y niños. Vi girar la cabeza del oficial con la pistola en la mano, mirándome con desprecio…minutos después ordenó bajar el bote.


Recuerdo que éramos 25 personas en el bote numero 7, cuando había espacio para 65. La primera bengala pidiendo ayuda fue lanzada junto a un gran estruendo, momento que alcé la mirada sorprendido. Después me enteré que esta bengala había sido avistada por el Californian, que hizo caso omiso a la petición de auxilio. Posteriormente declararon que pensaban que se trataba de algún festejo de los pasajeros de primera clase.

Deseaba alejarme de allí, solo pensaba en salvar mi vida…., mientras veía a la gente saltar del barco al agua y gritar de dolor. La temperatura del agua era de 4 grados, los mataba en 15 minutos interminables. Mi bote ya estaba en el mar, y poco a poco nos íbamos alejando. Miré de nuevo el reloj y eran la 1:40, casi todos los botes habían bajado, la cubierta delantera ya estaba totalmente invadida por el mar. Veinte minutos mas tarde escuché como la banda de música del Titanic tocaban su pieza final, “Nearer, my God, to thee”. El Titanic comienza a inclinarse. Con todos los botes soltados, una curiosa calma llegó al Titanic, seguida de la excitación y la confusión de los cientos de personas que quedaron en el transatlántico. La popa comenzó a levantarse claramente del agua y los pasajeros continuaban dirigiéndose con dificultad hacia ella; alrededor de las 2:17, la proa se hundía.
Apto seguido escuché un enorme rugido. Todos los objetos del interior del Titanic chocaron contra la parte sumergida de la proa. Las luces parpadearon una vez y después se apagaron, dejando al Titanic como una silueta negra contra un cielo estrellado. A pesar del frío, yo estaba sudando. Debido al sobrepeso de la popa vi como el Titanic se partía en dos entre la tercera y cuarta chimenea. Era horrible escuchar los gritos y llantos de cientos de personas, que angustiadas sabían su final. El barco adoptó una posición totalmente vertical y a las 2:20 los restos comenzaron a deslizarse hacia el fondo del Atlántico, después ya nada rompió el silencio de esa fría noche.

Pasamos la noche en el bote, no se escuchaba nada, hasta que a las 3:30 vimos los cohetes que lanzó el Carphatia, estábamos salvados, solamente éramos 705 sobrevivientes.

Calculo que unas 1.517 personas dejaron su vida en el hundimiento.

Días después aún se pavoneaba por el Atlántico Norte un iceberg más alto que el Titanic y con marcas de pintura. El iceberg más grande, más elegante y más majestuoso de la historia de la navegación. Y sin prisas por llegar a ninguna parte.


A.E.C

lunes, 11 de abril de 2011

Holocausto nazi, el testimonio.

"Los pueblos tienen un alma pero los judíos no tienen ninguna: son simples calculadores. Eso explica por qué de todos los pueblos el judío ha sido el único capaz de crear algo como el marxismo, que es la negación y la destrucción del fundamento de toda cultura. Con su marxismo, los judíos esperaban crear una gran masa de gente estúpida y sin inteligencia, un instrumento fácil de manipular." Adolf Hitler.

“Arbeit macht frei” (Auschwitz)


Asesinatos, torturas y violaciones, exterminio y muerte en masa, genocidio y guerra para atentar contra la seguridad interior de un Estado soberano. Estos son los principales acusados:

Adolf Hitler. Canciller.
Karl Dönitz, gran almirante de la Flota Alemana y sucesor de Adolf Hitler tras su suicidio.
Rudolf Hess, Capitán General y jefe del partido.
Hermann Goering, Comandante de la Luftwaffe y presidente del Reichstag.
Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht.
Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de Wehrmach.t
Alfred Rosenberg, ideólogo del Partido Nazi.
Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores.
Albert Speer, arquitecto y ministro de Armamentos.
Franz von Papen, embajador nazi en Austria y Turquía.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda.
Heinrich Himmler, jefe de las SS e ideólogo del exterminio judío.
Adolf Eichmann, alto dirigente del Partido Nazi encargado de la logística del exterminio.
Martin Bormann, secretario personal de Hitler desde 1942.

En total fueron acusados 611 personas, y solo tres líderes nazis expresaron su remordimiento por los crímenes cometidos.

Vestido como un prisionero, con la cabeza afeitada y con un número tatuado en el brazo voy a entrar en Auschwitz. Solo pensarlo me da escalofríos, intentar entrar conmigo.

Con mil quinientas personas viajé en un tren durante varios días, tenía sed y hambre. En cada vagón íbamos 80 personas y nuestro correspondiente equipaje. Gotas de sudor recorrían mi cara, resbalando lentamente hasta caer encima de otro preso. Al igual que mis compañeros pensaba que nuestro destino sería una fábrica de municiones, donde simplemente nos obligarían a trabajos forzados. De repente escuché como un pasajero decía en un grito angustiado ¡¡¡Hay una señal que dice Auschwitz!!! Al oírlo quedé paralizado, horrorizado, me entró un temblor en las manos. Ese nombre me recordaba las mas terribles atrocidades: cámaras de gas, hornos crematorios y el exterminio… Miré a mi alrededor y en las caras de las demás personas notaba el terror, el pánico, el miedo en persona.

Cuando llegamos, la sed y el hambre invadían mi cuerpo, mi alma estaba aturdida, triste, asustada. Pronto nos llevaron a los barracones. Desconcertado, mirando a mi alrededor observaba la mirada perdida de las demás personas. Los barracones estaban abarrotados por 80 personas, que impotencia, dormíamos en literas de tres pisos y en cada uno dormían nueve presos en un espacio adecuado para dos. No tenía sentido, éramos como animales encerrados, y siempre de fondo escuchando gritos en alemán.

En cada litera había dos mantas, estaban ajadas y sucias por los orines y heces de otros presos. Cuando intentaba dormir debajo de ellas me sentía como un despojo, no hablábamos, solo cerrábamos los ojos. Los alemanes por cada barracón tenían un Capo, un preso que obtenía beneficios por maltratarnos, era surrealista, le daban mas comida, cigarrillos y trabajos en el interior de campo.


Todos los días salíamos a trabajar, pero recuerdo uno en especial, cuando a un compañero agotado le dije – ¿Estás bien?, y me contestó – no me encuentro bien, me duele mucho el estómago, no puedo aguantar mas, necesito ir al servicio-. Se dirigió a un vigilante de las SS pidiéndole amablemente permiso para ir al servicio. El vigilante le dio su conformidad, pero cuando se volvió éste le quitó la gorra y se la tiró fuera de los límites permitidos de vigilancia. Le dio la orden de traer el gorro y presentarse ante él. Cuando el preso fue a recoger el gorro, el vigilante de las SS levantó la carabina y disparó sin compasión varios tiros en la cabeza. Me quedé asustado, sin aliento, mirando al vacío. Fui hacia otros presos corriendo y sobrecogido, me parecía increíble, pero solo era el principio de un horror. Los otros presos me dijeron que a los miembros de las SS les daban dos días de permiso por matar a un prisionero en fuga, y yo me preguntaba ¿Qué valor tenía la vida de un preso?, para las SS ninguno.

Pasaban los días y seguía desconcertado, sentía mucha añoranza por mi familia y por mi hogar, pero todo eran sueños, mi cuerpo se iba encogiendo, y la piel empezaba a dar forma a mis huesos…
Perdí el sentido de la piedad y de la consternación, éramos castigados y torturados a diario, mis sentimientos empezaban a desaparecer, no tenía emociones. Siempre deseaba con toda mi alma que el sol se escondiera, que el día acabara, ya que por la noche venían los sueños, que por muy malos que fueran, siempre serían mejores que la realidad que teníamos que sufrir en el campo que nos rodeaba.

Al despertar a la mañana siguiente mi única ración era una sopa aguada con un pedazo de pan. Eran muy pocas calorías para el trabajo que desempeñábamos…, miraba a mis compañeros con pena, algunos estaban ya enfermos, parecían esqueletos disfrazados con pellejos. Nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos, ¿éramos cadáveres?, todavía no, el momento mas duro de las 24 horas en el campo de concentración era el despertar, tres agudos pitidos nos arrancaban de nuestros sueños.

Los temas de conversación entre nosotros trataban de política y creencias religiosas. En el campo de concentración todos los prisioneros nos conformábamos con muy poco, el hecho de estar vivos era una satisfacción. No existía la intimidad, ni la soledad, siempre estábamos vigilados por los guardias. La influencia mas deprimente era el tiempo que iba a durar el encarcelamiento. Si perdías la fe, estabas condenado. El sentido de la vida era luchar contra la muerte o del sentimiento de querer que llegue.
A veces necesitaba estar solo, hablar conmigo mismo, pensar en mis seres queridos, mirar al cielo y gritar en silencio pidiendo ayuda y compasión. No me asustaban los cadáveres que había a mi alrededor abarrotados de piojos, ni el olor de los cuerpos quemados en los crematorios; solo las pisadas de los guardias al pasar, despertaban mi pensamiento, me hacían temblar.

La apatía inundaba mi alma, no tenía sentimientos. Muchas mañanas veía como compañeros transportados en camiones pensaban viajar a la libertad, pero eran encerrados y quemados, sus cuerpos parcialmente carbonizados eran reconocibles... me sentía inferior a todo lo que me rodeaba.

Una noche, el estruendo de rifles y cañones nos despertó. Los fogonazos de las bengalas y los disparos de fusil iluminaban el barracón. Un prisionero saltó sobre mi estómago, entonces nos dimos cuenta de lo que sucedía, ¡la línea de fuego había llegado hasta nosotros!, El tiroteo cesó y empezó a amanecer. Fuera, en el mástil, junto a la verja del campo ondeaba una bandera blanca. A mi ansiedad interior le siguió una relajación total ¿Qué pasaba? Con torpes pasos, los prisioneros nos arrastrábamos hasta las puertas del campo, y tímidamente nos mirábamos unos a otros. Dimos nuestros primeros pasos fuera del campo y nadie nos gritaba ni nos pegaba. Esta vez los guardias nos ofrecían cigarrillos. Al principio no podíamos reconocerlos, eran civiles ¡¡¡somos libres!!! decíamos una y otra vez. Creíamos que la libertad no nos pertenecía. Yo no estaba contento, no me alegré, había perdido la capacidad de ser feliz.


El complejo de campos de concentración de Auschwitz fue el más grande que creó el régimen nazi. Incluía tres campos principales y eran utilizados para realizar trabajos forzados, uno de ellos también funcionó como campo de exterminio. Estaban ubicados a 59 kilómetros al oeste de Cracovia, en la Alta Silesia, un área anexada por la Alemania nazi en 1939 después de invadir y conquistar Polonia.

Las cuatro grandes “fabricas de la muerte” se empezaron a construir en 1942 y fueron puestas en funcionamiento entre mayo y junio de 1943. Los propios presos fueron obligados a construir estos lugares de exterminio.
En aquella época era posible asesinar y quemar a 24.000 personas a diario. Las cenizas de los muertos servían de abono para los campos, para el drenaje de pantanos, o simplemente eran vertidas en los ríos o estanques de las cercanías.

Murieron seis millones de judíos. Después del Holocausto muchos de los sobrevivientes encontraron refugio en Israel y Estados Unidos.

Lo que he escrito hoy lo sintió un judío hace 68 años.

lunes, 4 de abril de 2011

La "Santa" Inquisición.

In nomine Patris et fillii et Spiritus Sancti

Una tarde lluviosa de domingo, encendí la máquina del tiempo y me dispuse a viajar a finales del siglo XV, el último de la Edad Media, casi entrando en la Edad Moderna. Me puse un lino pegado al cuerpo y unas pieles baratas como abrigo, en definitiva, un villano en toda regla.

Y es que hoy quiero hablaros de un nombre que siempre ha conectado con todo lo peor y más horrible de la historia de Europa. Una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para investigar y castigar los delitos de la fe. Me refiero a La Santa Inquisición, un tema que llenaría páginas y páginas y que voy a intentar resumirlo y dar una opinión objetiva. Anticipo que no soy un católico infiltrado para destruir el evangelicalismo.

Vamos a introducirnos en el tema con un personaje, ¿os suena Tomás de Torquemada?, un monstruo al servicio de Dios y confesor de la reina Isabel la Católica desde la niñez, y precisamente ésta fue la que le nombró en 1483 Inquisidor General de la terrible Inquisición Española.

Los Reyes Católicos, tras la expulsión de los moriscos, no se fiaban de los judíos de la época. Había que crear un cuerpo para tener controladas las conversiones al cristianismo de estos judíos, y por supuesto aniquilarlos.

Los inquisidores los elegía el rey, y no el Papa, así que pasaban a ser funcionarios del estado, y el Inquisidor supremo tomaba decisiones inapelables, ¡que época tan peligrosa en mente de salvajes obsesionados con la religión! Para mas inri, el Papa Clemente VIII les otorgó facultades para revisar todo tipo de impresos y manuscritos, de prohibir la lectura y la circulación de todos los libros y papeles que juzgasen perjudiciales a la moral o contrarios a los dogmas, ritos y disciplina de la iglesia, la dictadura eclesiástica.

Lo impresionante era el proceso Penal Inquisitivo, un sumario que no estaba sujeto a formalismos. Como figura resaltante estaba “el juez” (el inquisidor), que era superior a todas las partes y que no estaba sujeto a recusación de nadie. Dirigía el juicio de principio a fin, con iniciativa propia y poderes muy altos. No era necesario que existiese denuncia o acusación, el inquisidor podía investigar cualquier indicio que le llevase a sospechar de personas o grupos heréticos.

El objetivo principal era descubrir la herejía, que el acusado confesase y fuera castigado. La “confesión de culpabilidad” era considerada como prueba plena, si se obtenía voluntariamente se consideraba como muy fuerte; si el presunto culpable no confesaba, se le sometía a tortura, ellos lo llamaban “tormento” y argumentaban que el ánimo humano es a veces flaco y no siempre inclinado a reconocer las propias culpas, a confesar los propios pecados. Por ello, para vencer la resistencia defensiva y obtener de él la confesión, se le sometía a las mayores atrocidades imaginables. Voy a citar por curiosidad alguna, bueno muchos presuntos culpables con solo ver la sala de tortura, los utensilios usados y los verdugos, ya confesaban, imaginaros vosotros, inocentes, ante esa sala llena de salvajes, vosotros impotentes y sin ayuda de nadie, confesaríais seguro. A lo que vamos. Cuando te sometían a tortura te podrían tocar los siguientes procedimientos:
- La cuerda. Te sujetaban en una mesa, te ataban brazos y piernas y dando vueltas a un cordel tus articulaciones cedían, produciendo fuertes dolores. ¿Confesarías la mentira?
- El agua. Vertían agua sobre tu rostro causándote el ahogo. ¿Confesarías?
- El garrote, una tabla sostenida por cuatro patas con garrotes que se ajustaban y provocaban un dolor insoportable. ¿Confesarías?
- La garrucha, te ataban por las muñecas y te elevaban, dejándote caer violentamente sin llegar al suelo. ¿Confesarías?
- El IRONMAIDEN. Una caja con pinchos donde te introducían hasta que confesaras. Los pinchos estaban situados de tal manera que no tocaran los órganos vitales, para que no murieras al instante…. De este aparatejo surge el nombre del grupo heavy.

Existen más, pero es absurdo. Me gustaría ver a muchos de estos inquisidores, que se creían mensajeros de Dios, de un Dios que nos veía a todos por iguales, lo que hacían en su intimidad, lo que pensaban, su forma de vida. Ellos mismos han dejado sus ideales de doctrina por los suelos.

Para evidenciar la incultura de esta institución, voy a citar un asunto que es totalmente cierto. En esta época se pensaba que la tierra estaba inmóvil en el centro del Universo. Algunos insensatos defendieron que lo contrario, que la Tierra giraba sobre si misma y que el único centro Universal era el Sol. Entre ellos estaba Galileo Galilei, que en 1642 abandonó este mundo cansado de tanto ignorante con sotana. Y claro, no le quedó otra salida, confesó y tuvo que renegar de su propia teoría para librarse de la muerte, y admitir que si las Sagradas escrituras decían que la Tierra era el centro, pues eso iba a misa. Conclusión, Galileo murió sabiendo una verdad como un castillo.


El geocentrismo era una verdad religiosa indiscutible y quien dijese lo contrario era un hereje. Galileo defendió la teoría de Copérnico, que decía que el centro del Universo era el Sol y que los terrícolas, incluidos los del Vaticano, daban vueltas a su alrededor. La afirmación de Galileo hizo que los dominicos, del latín domini canes (perros del Señor) le acusaran y le denunciaran al Santo Oficio. Murió cumpliendo su pena y no fue rehabilitado por la Iglesia hasta 3 siglos después de su muerte. En 1992 el Papa Juan Pablo II reconoció, en una solemne declaración, que Galileo tenía razón, que la Tierra no es el centro del Universo, y que no está quieta. Disculpó la torpeza e ignorancia de los teólogos que lo acusaron, y manifestó que no fue con mala fe. Trescientos cincuenta años para reconocer que el Vaticano gira alrededor del Sol, pobre matemático incomprendido.

De sobra sabemos que la Iglesia no es compatible con la ciencia, ni lo será nunca.

En 1812, las Cortes de Cádiz decidieron disolver la Inquisición porque no era compatible con la Constitución. Pero dos años después, el 14 de julio de 1814, volvió a ser restaurada, cuando Fernando VII recuperó el trono. No sería abolida hasta el 15 de Julio de 1834, por un real decreto firmado por María Cristina de Borbón y la aprobación del Presidente del Consejo de Ministros Francisco Martínez de la Rosa.

Y pienso, si viajara en el tiempo al año 1500 y Torquemada leyese esto, ¿sería un hereje? No tengo ninguna duda de ello. Me someterían a un juicio, donde impotente ante una sala llena de perros del Señor, tendría que declararme culpable. Mañana me quemarían ante la atenta mirada de unos ignorantes y de cientos de apenados.
En definitiva, viva la libertad de expresión.

A.E.C