miércoles, 4 de abril de 2012

TUTANKAMÓN.

“Transcurrió bastante tiempo hasta que pude ver algo. El aire caliente del interior provocaba que la llama del candil se agitara, pero tan pronto mis ojos se acostumbraron a la luz tenue del interior de la cámara, poco a poco fue apareciendo ante mí una extraña y maravillosa mezcla de objetos bellísimos y extraordinarios amontonados unos sobre otros”. Naturalmente hubo un cierto suspense para aquellas personas presentes allí que no podían ver nada, hasta que Lord Carnarvon me preguntó “¿puede usted ver algo?”. Y le respondí, “sí, esto es maravilloso”. Y con precaución hice el agujero lo suficientemente grande para que pudiéramos asomarnos los dos.

Tras años de desasosegado esfuerzo y empeño, se abría al mundo la puerta de uno de los descubrimientos más dorados de la Historia de la arqueología. Detrás de la puerta, el misterio más profundo y oculto de un faraón de cuya historia bien poco se conoce. Detrás de las letras de Howard Carter, la inquietante personalidad de un hombre al que muchos definieron como solitario, arisco, pomposo, ambicioso, testarudo e insensible.

De forma breve y escueta vamos a recorrer la corta vida de Tutankamón, yerno del faraón Akenatón. Ascendió al trono con tan solo 12 años llevando el nombre de Tutankaton, en honor del dios solar Atón. El reinado de Tutankamón no tuvo otro significado que este restablecimiento del orden tradicional del Egipto faraónico, bajo la influencia de los sacerdotes y generales conservadores.
Finalmente murió con 18 años de forma misteriosa, tras mostrar una clara oposición a las persecuciones realizadas en contra de los partidarios de Atón. Debe su fama a que su tumba fue la única sepultura del Valle de los Reyes que llegó sin saquear hasta la edad contemporánea.


Cuando Howard Carter comenzó a excavar en el Valle de los Reyes de Egipto, su ambición era encontrar una tumba real completa, con todos sus tesoros. Muchos lo habían intentado antes y habían fallado. Durante años, Carter trabajó diligentemente bajo el sol abrasador. En 1922, encontró un escalón en el fondo del valle.

“Se abre la segunda puerta sobre las 2 pm.”, esta frase la anotó Carter en su agenda el día que descubrió al faraón niño, la tumba de Tutankamón el 26 de Noviembre de 1922.

La fascinación y el misterio del antiguo Egipto, riquezas inestimables sepultadas y objetos de gran valor artístico, el amor por la arqueología, la tenacidad y la aventura se mezclan en el relato del descubrimiento más famoso del siglo XX. Ninguna de las miles de sepulturas identificadas anteriormente, ni las que siguieron a ese hallazgo, encerraban una mínima parte de lo que se encontró en la tumba, la única intacta en toda la historia de la egiptología. Los 2.250 objetos que constituían el ajuar funerario del faraón, así como su sarcófago de oro, habían permanecido encerrados y milagrosamente protegidos durante unos 35 siglos.

Fue el 11 de noviembre de 1925 cuando Carter miró fijamente a los ojos del Rey Niño, lo describió de la siguiente forma:
“Hoy ha sido un gran día en la historia de la Arqueología, y también podría decir que en la historia de los descubrimientos arqueológicos. Y un día de días para alguien que, después de años de trabajo, excavando y conservando el anhelo, ha logrado por fin ver hecho realidad lo que antes era solamente una conjetura”.


“Como se mencionó anteriormente la momia del Rey no podría extraerse del sarcófago sin que ésta se dañara, el examen debía necesariamente ser realizado tal cual estaba. 10.35 am. Como consecuencia de la fragilidad y la naturaleza en polvo de las capas externas de la envoltura, la totalidad de la superficie expuesta de la momia, excepto la máscara, fue pintada con cera de parafina derretida a una temperatura que permanece congelada como una fina capa sobre la superficie, y no penetra en los lienzos en descomposición más que a una muy corta distancia.”

A partir de este momento, las vidas de los descubridores de la tumba de Tutankamón se turbaron negra, ya que una serie de acontecimientos rompieron la felicidad que produjo su hallazgo. El asesinato del faraón era uno de los pilares sobre el que se basaba la leyenda o maldición del faraón. A día de hoy todavía existen razones para pensar que tal cúmulo de muertes no se debía tan solo a una coincidencia. Estudios recientes confirman que la muerte de Tutankamón, al contrario de lo que se suponía, se produjo a causa de una fractura en la pierna, su curación se complicó y causó la muerte debido a una infección o simplemente a una hemorragia interna.

La idea de profanar una tumba y el cadáver enterrado en ella, suscita los más terribles presagios de mala suerte y muertes. Es algo que subyace en nuestra conciencia social y que nos empuja a buscar explicaciones irracionales en sucesos que difícilmente pueden entenderse. Aquel 26 de noviembre de 1922 se desató la maldición más terrible conocida por el mundo: la maldición de Tutankamón.

Oculto sobre las arenas del Valle de los Reyes, la maldición persiguió a los que en su día se atrevieron a profanar su tumba, y su historia se convirtió en un relato que conjura romanticismo, intrigas, luchas, misterios y un rosario de victimas relacionadas con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Elementos suficientes, todos ellos, para haber creado el mayor mito del siglo XX.


Todo se remonta al ambiente de tensiones sociales y políticas en las que vivió Tutankamón, una época convulsiva. A las puertas de su reino estaban los hititas dispuestos a invadir el país, internamente el gobierno se resquebrajaba. La mente del faraón estaba llena de oscuros nubarrones y todo nos lleva a pensar que su vida fue un fracaso, siendo un faraón de segunda fila sin apenas importancia en la Historia de Egipto, como demuestra su tumba, mucho menor que la de Ramsés II.

Dicho lo anterior, entonces ¿por qué la grandeza de este faraón?, ¿por qué se ha convertido en el faraón más conocido del todo el mundo?

Su caótico reinado, su misteriosa muerte, los más de 3.000 años que su tumba permaneció perdida y olvidada en el desierto, y su descubrimiento, comenzaron a formar parte de una leyenda popular propia de novelas.

Aquel 26 de noviembre, a las puertas de su tumba se encontraban Howard Carter, su descubridor, Lord Carnavon, su mecenas, lady Evelyn Herbert, hija de Carnavon, su ayudante, y hasta 20 personas, entre ayudantes, científicos y altas personalidades.

Cuando tras quitar el sello, Carter asomó la cabeza, a su espalda, Lord Carnavon le preguntó lo que veía…
…Carter, sin saber la terrible ola de muertes que se sucedería tras la apertura, dijo sereno: “Cosas maravillosas”… Acto seguido rompió el sello de la entrada y deslizándose cámara adentro buscó aquel fabuloso tesoro escondido entre las arenas y las piedras del valle de los Reyes durante más de 3.000 años.

Cuando entró, Carter observó que la tumba ya había sido profanada anteriormente, pero extrañamente parecía que los ladrones no se habían llevado nada. Continuó hacia la segunda puerta. Las antorchas iluminaron el mayor tesoro que ningún arqueólogo pudiera imaginar antes: figuras de animales, estatuas, joyas, oro. De pronto el silencio se hizo sepulcral, todos quedaron absortos ante semejante belleza. Carter era consciente de que con este descubrimiento cambiaría la historia para siempre, siendo el más importante de toda la historia de la Egiptología hasta el momento y aún les faltaba visitar la cámara mortuoria.

La tumba tenía cuatro cámaras, en la tercera de ellas estaba la Sala del Tesoro en la que una colosal estatua de Anubis guardaba y protegía el cobre donde se guardaban los órganos de Tutankamón. La última de las salas, era la cámara mortuoria. Al fin Carter pudo comprobar que los sellos estaban intactos, lo que quería decir que la momia aún estaba dentro. Desde este momento los ojos del mundo se volvieron hacia esta expedición, a la que seguía una especie de expectación y emoción, pero también temor.


Una vez descubierta la tumba de Tutankamón, el cielo se cubrió de nubes, el viento corría entre las dunas del desierto, y el cielo rugía con relámpagos de fuego. Las primeras muertes no tardaron en llegar. Apenas siete semanas después de abrir la cámara mortuoria, el faraón cumplió su maldición. Lord Carnavon, el mecenas de la expedición y mejor amigo de Howard Carter murió de neumonía, al menos es lo que figura en su certificado de defunción, ya que algunos científicos aseguran que su muerte se produjo por una herida que se hizo en la expedición y desembocó en aquella enfermedad mortal el día 5 de Abril de 1923.

Pensar en la ciudad de Egipto como un lugar espiritual donde moran los ka o almas de los muertos, para mí fue la primera señal de que una maldición se había lanzado sobre aquel descubrimiento. Toda la expedición era consciente de aquello, tenían miedo, y cuentan que aquel mismo día de Abril de 1923, las luces de todo El Cairo se apagaron y el fiel perro de Carnavon, a miles de kilómetros de distancia, en su Inglaterra natal, cayó muerto en aquel mismo instante que su amo falleció, ¿leyenda o maldición?

A pesar de los avisos de Tutankamón, Carter siguió excavando durante meses toda aquella zona en busca de una misteriosa tumba y de un desconocido faraón que podría estar enterrado allí. Se cuenta que cierto día Carter se presentó con un canario en el campamento y cuando le preguntaron dijo que era para que le diera suerte. A los pocos días de estar el canario, encontraron unos escalones que bajaban a algún sitio. La habían encontrado, parecía que el pájaro si los había traído suerte. Pues bien, el mismo día en que Carter abrió la cámara mortuoria, una cobra, considerada el animal sagrado asociado a los faraones, atacó al canario, le mató instantáneamente. Los trabajadores egipcios empezaron a murmurar que el espíritu de Tutankamón se había encarnado en aquel animal.


Seis meses después de la muerte de Lord Carnavon, falleció su hermano Aubrey, tras ser operado sin importancia. El ayudante personal de Howard Carter, llamado Arthur Mace murió al poco de una pleuresía. En 1926 murió Georges Bendi, el egiptólogo francés que había asistido a la apertura, al caerse por las escaleras visitando la tumba. Otro de los visitantes diplomático, un príncipe egipcio, murió tiroteado. Un compañero del francés, el egiptólogo egipcio James Breasted lo hizo de una infección; George J. Gould, norteamericano, se resfrió en la tumba y murió poco después. Richard Bethel, secretario personal de Carter, lo encontraron muerto de un infarto, y poco después, fue su padre el que se suicidó tirándose por una ventana, y así hasta una veintena de extrañas muertes.

¿La maldición?, ¿la pura casualidad? Ha habido tumbas en las que se han encontrado tablillas grabadas con una maldición, costumbre que tenían desde que estas tumbas eran saqueadas, como medio para ahuyentar a los ladrones. Sin embargo, Howard Carter siempre mantuvo que nunca encontraron una tablilla así.

Yo pienso en la casualidad porque Howard Carter no murió en extrañas circunstancias siendo el principal descubridor del faraón, pero si me queda un ápice de duda, pensando que algo tuvo que suceder en torno a aquel misterioso descubrimiento. Hoy en día es más difícil pensar en una maldición y es más sencillo dejarlo como una leyenda, la cual podemos contar a nuestros futuros nietos o a nuestros hijos, desarrollando una historia interesante donde se puede aprender y se puede dejar en el aire la duda, para que cada mente saque su propia opinión.

Como anécdota, decir que en el Titanic viajaba una momia, la de Amen Ra, otra que llevaba una maldición a sus espaldas. ¿Otra casualidad?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder q bueno poeta, ya lo estaba echando de menos jeje
^pier^

Anónimo dijo...

Egipto es mi sueño. Bonita historia de verdad, me ha recordado cuando estuve en El Cairo, he viajado en el tiempo con tu historia. GRacias.

NOEMI.

Anónimo dijo...

alguien entiende esto

POE dijo...

Que no entiendes???

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